Es una pregunta que se hacen muchos, especialmente los que están cursando una crisis. Reflexionan si les convendría tomar esa decisión. No hay reglas absolutas. No podría afirmar que una pareja que hace este tipo de terapia vaya a tener éxito. Sin embargo, es un intento que, en la mayoría de los casos, puede dar beneficios. Cuando los integrantes de una pareja tienen dificultades, a menudo, es porque no se explicitan las expectativas respecto de la otra persona. Entonces, encontrar un espacio en el que se dialogue y expresen las necesidades, los deseos, las angustias, ayuda a desentrañar algunas cosas que están enquistadas en el vínculo.

La pareja, en su origen, parte de un contrato y, en el transcurso de la vida, es indispensable recontratar cada vez que sea necesario. Muchos fantasean con que todo podría volver a ser como fue en el momento en que se conocieron y la relación estaba condimentada por la idealización; cuando veían en el otro solo sus virtudes, sentían deslumbramiento y las palpitaciones que su pareja les generaba con su proximidad. Y esa misma inquietud avivaba el deseo. Hacía sufrir y gozar al mismo tiempo. Pensaban que el enamoramiento les iba a durar la vida entera. La costumbre, la cotidianeidad van construyendo otra forma de relación en la que puede predominar más el cariño que la pasión del primer momento.

Entonces, y ahora que ya no perciben el mismo entusiasmo:¿se acaba la pareja? No, es el momento de reflexionar, de aprender a valorar lo que es positivo y, llevar a la terapia las dificultades para “buscarles la vuelta”, porque el amor sí es posible. El tema se reduce a ver cómo enfrentamos esas dificultades y tratamos de resolverlas sin perder el respeto y la empatía hacia el otro/otra. “Encontrarse” y “comprenderse” constituye un buen punto de partida para activar los deseos.

¿Qué se hace en una terapia de pareja y cómo se hace?

Entremos por un momento a espiar una primera entrevista. Veamos la dinámica: Jasmín, de 30, Pedro, de 39. Jasmín: ¿dónde nos sentamos? Terapeuta: donde quieran. Eligen el sofá y se sientan uno al lado del otro, cerquita (primer dato a considerar, no parecen peleados). Trato de armar un clima de cordialidad con los dos. Lo logro. J: Nos conocimos hace seis años y hace cuatro que estamos viviendo juntos. La convivencia es muy buena y nos queremos mucho, pero no consensuamos en algo fundamental. Yo no quiero tener hijos; Pedro, sí. Está convencido de que éste es el momento adecuado. Vivo a pleno con mi trabajo, y un hijo me cortaría mi desarrollo profesional. Además, tengo ganas de viajar y con un bebé no sería posible. Me doy cuenta de que mi vocación no es la maternidad. Pedro: Yo estoy en otro momento de la vida, progresé en la empresa, me siento más sólido y quiero formar una familia. Es posible, que ver a casi todos mis amigos siendo papás, me haya incentivado el deseo. Y también no quiero dejar pasar el tiempo. Tenemos esta dificultad porque debe de influir la diferencia de edad entre nosotros. Yo quiero ser un padre joven. Ella tiene más tiempo. Me doy cuenta que cuando veo un bebé me enternezco y me considero preparado para cumplir ese rol.

Así comenzaron nuestras conversaciones. Desde el relato de cómo se conocieron (eso ayuda porque se trata de recrear momentos lindos vividos), hasta el “contrato” y las consignas cuando fueron a vivir juntos. ¿Se había hablado alguna vez del tema de tener hijos? ¿Cómo fue la familia de origen de cada uno?¿Cómo sería la distribución del trabajo de ser padres?¿En qué les cambiaría la vida que llevan actualmente? Esas preguntas fueron disparadoras de muchas más que les generaron la posibilidad de expresar sus temores, sus ganas y también sus sentimientos, mezclados de amor y de bronca.

¿Cómo finalizará esta terapia? Las decisiones pueden ser varias: 1) Él, convencerla de la felicidad que les produciría tener un hijo. 2) Llegar a un acuerdo en esperar un año o dos para decidirse. 3) Separarse porque los dos se sienten muy seguros con sus respectivas posiciones y eligen no cambiarlas para cumplir los planes que tenían en su mente. 4) Continuar así.

Ellos vinieron con un propósito definido: conversar sobre si tomaban o no la decisión de ser padres. Mi objetivo fue que los dos pudieran entablar conversaciones significativas y que quedaran conformes con las decisiones tomadas. Cualquiera de ellas debería reflejar una actitud de cuidado. Por eso hablé al principio de “encontrarse”, de consensuar aceptando las diferencias.

En la terapia de pareja, las partes vienen al consultorio con un conflicto que no pueden resolver conversando en la intimidad. La terapeuta habilita y facilita la posibilidad de reflexionar y aprovechar ese espacio. Los pacientes son los que eligen el camino a seguir.

Lic. Alicia Bittón
Psicóloga Clínica Terapeuta familiar y de pareja
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